CARLOS BLANCO ARTERO
AFTERHOURS
Miguel Cereceda
Parece como si toda la trayectoria artística de Carlos Blanco Artero se hubiese desplegado al modo de una novela de formación. En el género del Bildungsroman no solo es importante la experiencia del viaje, sino también la educación del héroe a través del arte. El joven Wil
helm Meister abandona su pasión infantil por las marionetas y el guiñol, en favor de una relación más madura y adulta con la poesía y el teatro. Toda su trayectoria educativa se produce a través de su relación con el arte.
Una de las cosas más características en la formación artística de Blanco Artero es el modelo con que él mismo ha construido el relato de su propia trayectoria. Su recorrido vital no es solo característico de las novelas de formación, sino que parece incluso sacado del modelo construido por las vidas de artistas del Vasari. Y así, lo mismo que Vasari nos cuenta por ejemplo del Giotto que, cuando estaba al cuidado de las ovejas de su padre, se entretenía pintando y dibujando, hasta que lo encontró Cimabue y, cuando vio su extraordinaria habilidad para el dibujo, se lo llevó consigo a su taller de Florencia, también Carlos Blanco parece querer contarnos una historia semejante. Pero en su caso no es la naturaleza la maestra, sino el arte.
Impresionado a los seis años por la visión del Guernica de Picasso, expuesto entonces en el Casón del Buen Retiro, nuestro joven artista nos recuerda que tuvo que sentarse en el suelo a hacer dibujos del mismo. Parece como si se tratase de una llamada. Literalmente de una vocatio (vocación).
Sin duda esa llamada había de estar marcada por una relación con el arte que al parecer resulta ser doble: de un lado la música y del otro la pintura. Carlos Blanco ha estudiado la carrera de piano, a lo largo de nueve años, y recibió su formación plástica en la Escuela de Arte de Zaragoza. Ello le ha permitido desplegar un cierto paralelismo entre la música y la pintura que resulta muy interesante. Su diálogo pictórico Arabesco (2022), compuesto en relación con la obra homónima de Claude Debussy, Arabesque nº 1 (1890) constituye una bella muestra. El excelente pintor resulta ser además un excelente intérprete musical.
Pero la experiencia de formación es también la experiencia del viaje. Carlos Blanco es un artista nómada y viajero. Ha viajado por —y residido temporalmente en— las principales capitales europeas (Madrid, París, Berlín o Londres), así como por Australia y los Estados Unidos.
Como otros muchos artistas, su trayectoria pictórica comienza por la figuración. Marcado por su formación como ilustrador, sus primeras obras presentaban una cierta tendencia hacia el dibujo y hacia la caricatura. Él mismo considera esta tendencia como una influencia picassiana, aunque en algunos cuadros recuerda más bien la de Dubuffet. Se trata en cualquier caso de un cierto humorismo. Humorismo que, en mi opinión, pervive todavía en sus cuadros actuales.
Si en Madrid con apenas seis años estuvo ya marcado por la influencia del Guernica de Picasso, en París en 2008 descubre a los impresionistas. Pero más aún, un cuadro típicamente romántico, un autorretrato juvenil de Courbet titulado Le désespéré (1843), le lleva a explorar las posibilidades expresivas del autorretrato. El propio rostro resulta siempre el modelo más accesible para el pintor. Y, al igual que Van Gogh, Carlos Blanco va a examinar de modo recurrente las diversas apariencias de su rostro, a través de la pintura. Sus autorretratos descomponen el rostro, rompen las simetrías, cambian el color rosáceo de la carne por los azules. Lo que denota también una influencia clara de la pintura del primer expresionismo.
Pero es en Nueva York, en su visita al Metropolitan Museum, donde va a recibir una nueva influencia que va a reorientar su trayectoria creativa. Un cuadro de George Condo de 2010, titulado Rush Hour, en el que se combinan el dibujo con independencia del color y una composición muy libre, supuso una nueva revelación. Pues en Condo encontró la materialización de lo que él venía buscando desde hace años: no solo la interacción entre la figuración y la abstracción, sino sobre todo la libre confluencia entre el dibujo y la pintura, trabajados cada uno de modo independiente, y sin embargo armónicamente equilibrados.
En Nueva York empieza Carlos Blanco su serie titulada Crowds, en la que es notable la influencia compositiva de la obra de George Condo. Empieza entonces a construir cromáticamente sus lienzos mediante planos de color, rotos por la interacción de dibujos caricaturescos. También se empieza a interesar por la representación de multitudes.
De algún modo la serie de pinturas titulada Afterhours es una culminación de todo este proceso. En ella confluyen la composición cromática a partir de planos de color, la relativa independencia del dibujo, la interacción de la caricatura y el humorismo y, finalmente, incluso la música. Pues, aunque no lo parece, se trata de cuadros muy influidos por la experiencia musical de la noche berlinesa y madrileña.
Su título Aftehours alude explícitamente a los bares en los que se sirven copas hasta altas horas de la madrugada. En ellos el ambiente de la noche se vuelve denso y cargado de energía. Allí se juntan los excesos del alcohol con el consumo de sustancias psicotrópicas, los oscuros deseos y el sonido envolvente de la música. Carlos Blanco consigue recrear este ambiente, manteniendo sin embargo un cierto equilibrio compositivo, cromático y formal. Allí parece que podemos distinguir algunos elementos característicos de la noche: el camarero, la mesa del bar, los clientes, las botellas y los vasos, e incluso algunos otros personajes que parecerían sacados de los cuadros de El Bosco. Allí el dibujo recrea, con independencia del color, una cierta caricatura, a la vez que hace patente el humorismo del artista.
Por su parte Afterhours I (2018) presenta un ambiente menos concurrido, aunque tal vez más avanzado en el exceso. Aquí ya los cuerpos se desnudan y la noche se mezcla con el día. La limpia composición cromática empieza a introducir chorreados de pintura y el dibujo pierde algo de su carácter caricaturesco, para hacer discretas alusiones a Picasso. A pesar de que no se trata de una muchedumbre, los cuerpos se confunden los unos con los otros. Manos, pies, orejas, pechos y ojos configuran un cuerpo social y colectivo. Allí donde Artaud hablaba de un cuerpo sin órganos, como el símbolo de una definitiva liberación, Carlos Blanco parece pintar órganos sin cuerpo.